En mis treinta y pocos, trabajé con el dueño de una fábrica en Sondrio (Italia) que juraba que su primo “solo ayudaba con los repartos”. Sin contrato. Sin nómina. Sin cargo. Y, sin embargo, toda decisión importante, desde contratar personal hasta cambiar de proveedor de harina, pasaba por ese primo.
Un día, el primo desapareció. Se fue a España sin previo aviso. En menos de una semana, la fábrica se vino abajo: caos con los proveedores, facturas mal archivadas y una pastelera a tiempo parcial furiosa porque pensaba que la iban a ascender.
Ese primo nunca tuvo un puesto. Pero sí tenía el poder.
EL PORQUÉ
Si tienes una empresa de entre 3 y 20 personas en los Países Bajos, lo más probable es que no solo estés gestionando contratos y hojas de cálculo. También estás gestionando líneas invisibles de influencia: parejas, socios, personal veterano, incluso freelancers carismáticos que moldean decisiones mucho más de lo que reconoce tu organigrama oficial.
Y esto importa por una razón: gobernanza. No la burocrática, sino la que evita el caos, protege la confianza y garantiza la continuidad. Cuando el poder informal no se reconoce, se crean puntos ciegos. Especialmente cuando algo sale mal.
La supervisión no es un castigo. Es la forma de proteger a las personas y promesas que nos importan.
LOS NÚMEROS
Vamos a lo estructural:
- Entre €1.750 y €4.200 cuesta, de media, reemplazar a un miembro clave del equipo en una empresa de 10 personas. Ese coste se triplica si la persona tenía autoridad informal que nadie había documentado.
- En más del 60 % de los conflictos en microempresas neerlandesas, estaba implicada una persona sin rol formal, pero que influía en la operativa o en las decisiones.
- No declarar a los “influencers en la sombra” en políticas internas o acuerdos societarios puede conllevar fallos de cumplimiento, especialmente en relación con la normativa neerlandesa sobre UBO (Titular Real) y AML (prevención de blanqueo).
La ausencia de supervisión no elimina la responsabilidad. Solo la hace más difícil de rastrear.
LO QUE NADIE TE CUENTA
Idealizamos la informalidad.
“Empresa familiar.”
“Estructura horizontal.”
“Aquí todos arrimamos el hombro.”
Suena cálido. Honesto. Eficiente.
¿Pero en la práctica? La informalidad puede convertirse en camuflaje del poder.
Cuando la influencia se esconde tras la confianza, la lealtad o el carisma, esquiva el escrutinio. Y también la rendición de cuentas. La persona en la que más confías podría ser, sin quererlo, el mayor riesgo no supervisado de tu empresa. No por mala intención, sino porque nadie le puso nombre a su función.
¿Y si se va? Muchas veces, la empresa se va detrás.
BRÚJULA PARA DECIDIR
Pregúntate:
- ¿Quién influye realmente en las decisiones clave de mi empresa, y está formalmente reconocido?
- Si esa persona desapareciera mañana, ¿qué conocimiento operativo se llevaría consigo?
- ¿Mis políticas y acuerdos reflejan los roles reales o solo los títulos oficiales?
- ¿He mapeado el poder informal en mi organización, no para controlarlo, sino para protegerlo?
- ¿Qué partes de mi negocio se basan solo en la confianza, y podrían beneficiarse de algo más de estructura?
REFLEXIÓN FINAL
En las pequeñas empresas, solemos confundir visibilidad con verdad. Vemos quién firma los papeles, quién posee las acciones, quién se sienta en las reuniones. Pero el poder real es más silencioso. Se mueve a través de relaciones, suposiciones y gestos cotidianos que nadie documenta.
La supervisión no va de desconfiar.
Va de honrar la realidad.
Porque al final, tu empresa no es solo un conjunto de roles. Es un sistema de consecuencias. Y esas merecen ser entendidas, no asumidas.